Julián Dussán Bonilla
“¿Quién es Alberto Curamil? Conoce al ganador del Premio Goldman, considerado el nobel ambiental” – pregonaban al unísono los grandes medios de información el 29 de abril del año pasado. De repente el mundo giró sus ojos hacia la Araucanía mientras, allí, yacía dolida una nación indígena sometida a una terca guerra contra el Gobierno chileno. Dos conceptos distintos de civilización se enfrentan, desde tiempos inmemorables, por dos propósitos opuestos: una parte quiere imponer y la otra busca resquicios en los que resguardarse de la soberbia del invasor.
La historia cuenta que siempre ha sido así. En Wallmapu se respira lucha: sus verdes montañas y el azul claro del cielo contrastan con el rojo de la sangre que allí se derrama, pues el pueblo mapuche prefiere entregar su vida antes que verse sometido en su propio paraíso. Para dimensionar la magnitud de su apego al territorio, solo hace falta un dato concreto: fue el único pueblo que logró repeler el exterminio indígena por parte de la corona española. Muchos han sido los versos dedicados a esta hazaña, pero el conquistador español Alonso de Ercilla eligió las mejores palabras para describir a quienes se defendieron con sangre y fuego:
“Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida”
La Araucana, Alonso de Ercilla (1569).
Los años pasaron y los invasores seguían estando allí, pero de forma distinta. El conquistador con arco y espada se transfiguró y ahora es el hombre occidental con su discurso desarrollista y las ínfulas de mesías. Así pues, Chile se conformó como país y, de la forma más humillante posible, despojaron a los mapuches de su propia nacionalidad. Los hijos de Wallmapu no reclaman nada que no les pertenezca históricamente, ¿por qué deben luchar por algo que, históricamente, es suyo? Esa es su cotidianidad. Esa es su batalla. Pelean con dientes y uñas en una disputa dispareja.
Latinoamérica conoce de primera mano qué es la tiranía, pues la ha sufrido de todas las formas posibles y de la mano de cuanto tirano se posiciona en el poder. Cada país es diferente, pero la corrupción no distingue nacionalidades, banderas ni himnos. El Gobierno chileno se ha empeñado en pisotear sistemáticamente la dignidad y la memoria de aquellos que lucharon por la soberanía del territorio del que ahora, ellos, los civilizados, se creen dueños.
La indignación ha servido de combustible para la incansable defensa de su territorio. Este ímpetu les da fuerzas para sobreponerse al racismo y las represiones del opulento estado, el cual decide quién muere y quien vive. Las estigmatizaciones y los montajes para intentar minimizar y ensuciar su lucha son el pan de cada día.
La bandera de la nación mapuche se levanta en las protestas del 29 de octubre en Chile. Créditos: BBC.
Entonces, ¿quién es Alberto Curamil? Sabemos de dónde viene: su ascendencia y la sangre que corre por sus venas le convierten en hijo de la guerra. Es el resultado de una genética que lleva la dignidad en su ADN. Una genética a la que no le flaquean las rodillas y camina erguida con el orgullo de jactarse de dar su vida por la tierra que la vio nacer.
La guerra es agotadora y puede causar dos efectos totalmente adversos entre sí: es capaz de erradicar el miedo o, por el contrario, puede petrificar. Para él y los suyos, el miedo no va más. Esto le ha valido palizas, privaciones injustas de libertad, difamaciones y estigmatizaciones por parte de los oligopolios mediáticos. En 2011, por ejemplo, fue encarcelado por el absurdo hecho de estar acompañando a otro líder mapuche, Mijael Carbone, mientras se encontraban trabajando en el sector de Ancapi Ñancucheo en la comuna de Ercilla.
Desde hace algunos años, la figura de Alberto de ha convertido en un símbolo de la lucha contra el Estado, pues ha sido víctima de todos los males que ha sufrido su comunidad en su disputa por el territorio y la conservación de su memoria. En 2018 fue acusado de portar armas y de robar la Caja de Héroes (una entidad de compensación social). El Gobierno pedía la descomunal cifra de 50 años de prisión, sin embargo, fue enviado a cárcel preventiva, en la cual permaneció por 18 meses. Durante su reclusión, recibió la noticia de que sería galardonado con el ‘nobel ambiental’, permio que, por supuesto, no pudo recibir de forma presencial.
Alberto Curamil. Créditos: BBC.
Si me lo preguntan, diría que este reconocimiento llegaría tarde o temprano a él o a otro líder mapuche, al final no es él quien lo recibe, sino todo el pueblo – nación. Su historia de resistencia así lo ameritaba.
Así pues, allí, en el momento en que el mundo tenía los ojos puestos en este Lonko (líder en idioma mapudungun), se confirmaba y se validaba la lucha mapuche contra el establecimiento y se reconocía que, aunque invisible por ratos, le llevaban ventaja al Gobierno fascista. Al conocer la historia de represión de esta comunidad, no podía ser de otra forma: el premio llegaría, y mejor tarde que nunca.
Muy buen relato.